Como todo fenómeno que se precie, el de Tokio Hotel es, en cierto modo, inexplicable, situándose en ese lado en donde se hace buena la máxima de que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Y si no que se lo digan a las miles de fans que acudieron ayer al Palacio de los Deportes de Madrid; algunas de ellas llevaban días haciendo cola con el único objetivo de asegurarse un puesto en primera fila, algo que al final no fue tan complicado como se presumía, puesto que apenas se superó la media entrada, mejorando las cifras de Barcelona (unas 5.000 personas), pero lejos de un lleno que hace un par de años hubiesen logrado con facilidad.
Es lo que tiene el fenómeno fan: que los adolescentes de los que se nutre se hacen mayores antes que la banda en cuestión, dejando un insólito vacío en los puestos de merchandising que no hace tanto echaban humo. En cualquier caso, las seguidoras más devotas del grupo alemán gritaron como si les fuese la vida en ello, entre la histeria y la pasión más absoluta, rompiendo el extraño silencio que envolvía la pista minutos antes de que los componentes de Tokio Hotel saliesen al escenario.
Vertiente «Matrix»
Como respuesta, los autores de «Humanoid» explotaron una vertiente de corte futurista, con una imagen heredada directamente de «Matrix» y un Bill Kaulitz asumiendo el protagonismo desde el primer momento. Abrieron con «Noise» y pronto cayeron algunos de sus éxitos más celebrados, de «World behind my wall» (incluyendo una evocación del Muro de Berlín que a la mayoría de los asistentes le parecería cosa de la Prehistoria) a «Ready, set, go!», dejando para el tramo final las celebradísimas «Darkside of the sun» y «Forever now».
Entre el público dominaba un «look» pseudogótico, con algún detalle de punk adulterado y una pizca de desorientación post-grunge: ni más ni menos que un reflejo bastante fidedigno del propio grupo, que bascula entre un pop plastificado y ciertos ramalazos rockeros, todo ello aderezado ahora con toques electrónicos, dando como resultado unos temas tan inofensivos como auténtico es el fervor de sus fieles.
Poco importa esto a sus fans, entregadas a un argumentario que no admite dobleces: lo suyo es fe ciega en la música y la estética de Tokio Hotel, a medio camino entre la saga Crepúsculo y la androginia de Lady Gaga. «Me encanta todo lo que hacen: sus canciones, cómo visten… todo», señalaba poco antes del concierto Arancha, recién llegada de Badajoz. Y Eva, una madrileña de 17 años, lo subrayaba con rotundidad: «Son los mejores, así de claro. Y cada vez más, porque con “Humanoid” se han superado. No hay nadie como ellos».
Casi dos horas después, los comentarios eran similares, aunque quizá también pesase la sensación de que, a pesar de la entusiasta parafernalia de los gemelos Kaulitz y compañía, el furor juvenil se agota más rápido de lo que parece.
Una semana de Pasión
Miles de fans se agolpaban ayer a las puertas del Palacio de Deportes. Para ellas merecía la pena incluso haber pasado toda la Semana Santa haciendo fila, como habían hecho algunas de ellas. Aunque el grupo pinchó el lunes en Barcelona, en Madrid su público respondió mejor.
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